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Seis escenas: El caballero de Olmedo.

Para nuestras Siete escenas cumbres de Nuestro Teatro Clásico. Un montaje

Dialogo entre Fabiana, alcahueta, e Inés, dama joven. Asisten Ana y Leonor, secundarias, que pueden reducirse a una con ligeros ajustes e incluso a ninguna en escena, respondiendo tras el decorado.

Redondillas.

[Acto I, Escena V]
         ( ANA, criada. dentro)
ANA:      Ha venido... la Fabiana.
INÉ:    Pues ¿quién es esa mujer?
ANA:  Una que suele vender
           para las mejillas grana
                y para la cara nieve.
INÉ:    ¿Quieres tú que entre, Leonor?
ANA:   En casas de tanto honor
           no sé yo cómo se atreve,
               que no tiene buena fama;
           mas ¿quién no desea ver?
INÉ:   Ana, llama esa mujer.
ANA:  Fabia, mi señora os llama.
FAB:        (¡Y cómo si yo sabía      Aparte
           que me habías de llamar!)         
           ¡Ay!  Dios os deje gozar
           tanta gracia y bizarría,
                tanta hermosura y donaire;
           que cada día que os veo
           con tanta gala y aseo,               
           y pisar de tan buen aire,
                 os echo mil bendiciones;
           y me acuerdo como agora
           de aquella ilustre señora
           que con tantas perfecciones              
                 fue la fénix de Medina,
           fue el ejemplo de lealtad.
           ¡Qué generosa piedad
           de eterna memoria digna!
                 ¡Qué de pobres la lloramos!       
           ¿A quién no hizo mil bienes?    
INÉ:    Dinos, madre, a lo que vienes.
FAB:   ¡Qué de huérfanas quedamos
                 por su muerte malograda!
           La flor de las Catalinas             
           hoy la lloran mis vecinas;
           no la tienen olvidada.
                 Y a mí, ¿qué bien no me hacía?
           ¡Qué en agraz se la llevó
           la muerte!  No se logró.          
           Aun cincuenta no tenía.
INÉ:          No llores, madre, no llores.
FAB:   No me puedo consolar
           cuando le veo llevar
           a la muerte las mejores,             
                 y que yo me quedo acá.
           Vuestro padre, Dios le guarde,
           ¿está en casa?
LEO:                  Fue esta tarde
           al campo.
FAB:               Tarde vendrá.
                Si va a deciros verdades,             
           mozas sois, vieja soy yo...
           Más de una vez me fïó
           don Pedro sus mocedades;
                 pero teniendo respeto
           a la que pudre, yo hacía,          
           como quien se lo debía,
           mi obligación.  En efeto,
                de diez mozas, no le daba
           cinco.
INÉ:           ¡Que virtud!
FAB:                        No es poco,
           que era vuestro padre un loco;           
           cuanto vía, tanto amaba.
                 Si sois de su condición,
           no admiro de que no estéis
           enamoradas.  ¿No hacéis,
           niñas, alguna oración           
                para casaros?
INÉ:                  No, Fabia.
           Eso siempre será presto.
FAB:   Padre que se duerme en esto,
           mucho a sí mismo se agravia.
                 La fruta fresca, hijas mías,           
           es gran cosa, y no aguardar
           a que la venga a arrugar
           la brevedad de los días.
                  Cuantas cosas imagino,
           dos solas, en mi opinión,         
           son buenas, viejas.
LEO:                     ¿Y son?
FAB:   Hija, el amigo y el vino.
           
      
                 ¿Veisme aquí?  Pues yo os prometo
           que fue tiempo en que tenía
           mi hermosura y bizarría            
           más de algún galán sujeto.
                 ¿Quién no alababa mi brío?
           ¡Dichoso a quien yo miraba!
           Pues, ¿qué seda no arrastraba?
           ¡Qué gasto, qué plato el mío!
                  Andaba en palmas, en andas.
           Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,
           ¿qué regalos no tenía
           de esta gente de hopalandas?
                 Pasó aquella primavera,        
           no entra un hombre por mi casa;
           que como el tiempo se pasa,
           pasa la hermosura.
INÉ:                             Espera.           
                ¿Qué es lo que traes aquí?
FAB:   Niñerías que vender        
           para comer, por no hacer
           cosas malas.
LEO:                   Hazlo ansí,
                madre, y Dios te ayudará.
FAB:   Hija, mi rosario y misa:
           esto cuando estoy de prisa,               
           que si no...
INÉ:               Vuélvete acá.
               ¿Qué es esto?
FAB:                       Papeles son
           de alcanfor y solimán.
           Aquí secretos están
           de gran consideración             
                para nuestra enfermedad
           ordinaria.
LEO:    Y esto, ¿qué es?
FAB:   No lo mires, aunque estés
           con tanta curiosidad.
LEO:        ¿Qué es, por tu vida?         
FAB:                        Una moza,
           se quiere, niñas, casar;
           mas acertóla a engañar
           un hombre de Zaragoza.
                Hase encomendado a mí...
           Soy piadosa... y en fin es               
           limosna, porque después
           vivan en paz.
INÉ:                  ¿Qué hay aquí?
FAB:         Polvos de dientes, jabones
           de manos, pastillas, cosas
           curiosas y provechosas.              
INÉ:    ¿Y esto?
FAB:            Algunas oraciones.
                ¡Qué no me deben a mí
           las ánimas!
INÉ:                 Un papel
           hay aquí.
FAB:             Diste con él
           cual si fuera para ti.               
               Suéltale.  No le has de ver,
           bellaquilla, curiosilla.
INÉ:    Deja, madre...
FAB:                 Hay en la villa
           cierto galán bachiller
                que quiere bien una dama;             
           prométeme una cadena
           porque le dé yo, con pena
           de su honor, recato y fama.
                Aunque es para casamiento,
           no me atrevo.  Haz una cosa
           por mí, doña Inés hermosa,
           que es discreto pensamiento.
                 Respóndeme a este papel,
           y diré que me la ha dado
           su dama.
INÉ:             Bien lo has pensado            
           si pescas, Fabia, con él
                 la cadena prometida.
           Yo quiero hacerte este bien.
FAB:   Tantos los cielos te den,
           que un siglo alarguen tu vida.       
            Lee el papel.
 INÉS:                      Allá dentro,
             y te traeré respuesta.     
 FABIA (¡Que buena invención! Apart
            fiero habitador del centro,
            fuego accidental que abrase
           el pecho de esta doncella.)  

ANA:           Aquí, señora, ha venido
                  la Fabia... o la Fabiana.
INÉS:          ¿Pues quién es esa mujer?
ANA:           Una que suele vender     
               para las mejillas grana,                          
                  y para la cara nieve.
INÉS:          ¿Quieres tú que entre, Leonor?
LEONOR:        En casas de tanto honor
               no sé yo cómo se atreve;  
                  que no tiene buena fama;                       
               mas, ¿quién no desea ver?
IN&Eacue;S:          Ana, llama esa mujer.
ANA:           Fabia, mi señora os llama.
Vase. Sale FABIA, con una canastilla
FABIA: (¡Y cómo si yo sabía Aparte que me habías de llamar!) ¡Ay! Dios os deje gozar tanta gracia y bizarría, tanta hermosura y donaire; que cada día que os veo con tanta gala y aseo, y pisar de tan buen aire, os echo mil bendiciones; y me acuerdo como agora de aquella ilustre señora que con tantas perfecciones fue la fénix de Medina, fue el ejemplo de lealtad. ¡Qué generosa piedad de eterna memoria digna! ¡Qué de pobres la lloramos! ¿A quién no hizo mil bienes? INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes. FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos por su muerte malograda! La flor de las Catalinas hoy la lloran mis vecinas; no la tienen olvidada. Y a mí, ¿qué bien no me hacía? ¡Qué en agraz se la llevó la muerte! No se logró. Aun cincuenta no tenía. INÉS: No llores, madre, no llores. FABIA: No me puedo consolar cuando le veo llevar a la muerte las mejores, y que yo me quedo acá. Vuestro padre, Dios le guarde, ¿está en casa? LEONOR: Fue esta tarde al campo. FABIA: Tarde vendrá. Si va a deciros verdades, mozas sois, vieja soy yo... Más de una vez me fïó don Pedro sus mocedades; pero teniendo respeto a la que pudre, yo hacía, como quien se lo debía, mi obligación. En efeto, de diez mozas, no le daba cinco. INÉS: ¡Que virtud! FABIA: No es poco, que era vuestro padre un loco; cuanto veía, tanto amaba. Si sois de su condición, no admiro de que no estéis enamoradas. ¿No hacéis, niñas, alguna oración para casaros? INÉS: No, Fabia. Eso siempre será presto. FABIA: Padre que se duerme en esto, mucho a sí mismo se agravia. La fruta fresca, hijas mías, es gran cosa, y no aguardar a que la venga a arrugar la brevedad de los días. Cuantas cosas imagino, dos solas, en mi opinión, son buenas, viejas. LEONOR: ¿Y son? FABIA: Hija, el amigo y el vino. ¿Veisme aquí? Pues yo os prometo que fue tiempo en que tenía mi hermosura y bizarría más de algún galán sujeto. ¿Quién no alababa mi brío? ¡Dichoso a quien yo miraba! Pues, ¿qué seda no arrastraba? ¡Qué gasto, qué plato el mío! Andaba en palmas, en andas. Pues, ¡ay Dios!, si yo quería, ¿qué regalos no tenía de esta gente de hopalandas? Pasó aquella primavera, no entra un hombre por mi casa; que como el tiempo se pasa, pasa la hermosura. INÉS: Espera. ¿Qué es lo que traes aquí? FABIA: Niñerías que vender para comer, por no hacer cosas malas. LEONOR: Hazlo ansí, madre, y Dios te ayudará. FABIA: Hija, mi rosario y misa: esto cuando estoy de prisa, que si no... INÉS: Vuélvete acá. ¿Qué es esto? FABIA: Papeles son de alcanfor y solimán. Aquí secretos están de gran consideración para nuestra enfermedad ordinaria. LEONOR: Y esto, ¿qué es? FABIA: No lo mires, aunque estés con tanta curiosidad. LEONOR: ¿Qué es, por tu vida? FABIA: Una moza, se quiere, niñas, casar; mas acertóla a engañar un hombre de Zaragoza. Hase encomendado a mí... Soy piadosa... y en fin es limosna, porque después vivan en paz. INÉS: ¿Qué hay aquí? FABIA: Polvos de dientes, jabones de manos, pastillas, cosas curiosas y provechosas. INÉS: ¿Y esto? FABIA: Algunas oraciones. ¡Qué no me deben a mí las ánimas! INÉS: Un papel hay aquí. FABIA: Diste con él cual si fuera para ti. Suéltale. No le has de ver, bellaquilla, curiosilla. INÉS: Deja, madre... FABIA: Hay en la villa cierto galán bachiller que quiere bien una dama; prométeme una cadena porque le dé yo, con pena de su honor, recato y fama. Aunque es para casamiento, no me atrevo. Haz una cosa por mí, doña Inés hermosa, que es discreto pensamiento. Respóndeme a este papel, y diré que me la ha dado su dama. INÉS: Bien lo has pensado si pescas, Fabia, con él la cadena prometida. Yo quiero hacerte este bien. FABIA: Tantos los cielos te den, que un siglo alarguen tu vida. Lee el papel. INÉS: Allá dentro, y te traeré respuesta.
Vase
LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte FABIA: (Apresta, Aparte fiero habitador del centro, fuego accidental que abrase el pecho de esta doncella.)  

 


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